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¿Cómo vencer la soledad? Rafael Corazón divulga el pensamiento de Leonardo Polo.

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Leonardo Polo, un filósofo a la altura de nuestro tiempo.
        
El 9 de febrero 2013 falleció en Pamplona Leonardo Polo, catedrático de filosofía desde 1966. Ha sido maestro de numerosos discípulos, no sólo en España sino en todo el mundo, aunque su labor docente la desarrolló sobre todo en la Universidad de Navarra y en América (México, Colombia, Perú y Chile, especialmente). Su pensamiento –difícil y profundo- está ahora difundiéndose en sectores a los que no llegó con su magisterio.

        Polo ha sido un filósofo original a su pesar; no le interesaba la originalidad sino la verdad y, seguramente, le hubiera gustado ser recordado como un continuador de la tradición aristotélico-tomista; además supo reconducir el pensamiento moderno para que pudiera conectar también con la tradición, es decir, para que dejara de ser un continuo comenzar de cero y, en definitiva, para que no acabara en el relativismo y el escepticismo.

        Como no examinaba a los filósofos modernos y contemporáneos con parámetros tomados de la tradición sino con los suyos propios, algunos lo tuvieron por hegeliano, otros por personalista y no pocos por seguidor de Heidegger. Pero él afirmó siempre que su inspiración era clásica -aunque esto le costó la incomprensión de los que deberían haber comprendido más fácilmente sus ideas-, corrigiéndola y desarrollándola.

El abandono del límite mental

        Siguiendo a Aristóteles, Polo pensaba que la filosofía se desarrolla “sobre todo resolviendo las dificultades que salen al paso” (las aporías de que hablara Aristóteles).

Pues bien, Polo descubrió su “verdad” precisamente al resolver la grave aporía que tenía detenida a la filosofía a mediados del siglo XX (aunque el problema había surgido siglos antes y había supuesto la ruptura entre lo clásico y lo moderno).

Brevemente puede resumirse así: la modernidad se centra en el tema del sujeto, de la conciencia y la autoconciencia, tema poco tratado en la filosofía anterior, intentando llegar a la autonomía plena; por su parte, en el pensamiento clásico, “el realismo substancialista no encuentra otro lugar ontológico para el acto de conocer que el estatuto de accidente”; pero de este modo no se consigue –o se logra a duras penas- captar lo específico del hombre: su apertura no accidental sino primordial a la trascendencia.

        Pues bien, el gran hallazgo de Polo es lo que llamó “el abandono del límite mental”: advertir que el objeto pensado (ya sea una idea, un juicio, etc.) no es un accidente, y que su “positividad” se reduce a ser “límite del pensar”. ¿Qué quiere decir esto y qué consecuencias se siguen? Aquí está la gran aportación de Polo a la historia de la filosofía.

        Parménides identificó ser y pensar; Platón consideró que las Ideas eran lo “realmente real” por ser inmutables, eternas, únicas, etc.; Aristóteles distinguió entre el ser como verdadero y el ser real. Pero el ser como verdadero –que sólo existe en la mente- nos da a conocer la realidad sólo en cuanto pensada, no en cuanto real, porque el objeto pensado es intencional, es decir, remite directamente a la realidad, y porque la estructura del juicio –sujeto, verbo, predicado- no es la de lo real. Conocemos de un modo parcial y además componiendo y dividiendo –afirmando y negando- cosas que en la realidad no están ni compuestas ni divididas.

        Pretender que este problema se soluciona haciendo del objeto pensado un producto del pensamiento, o tratando de identificar sujeto y objeto, o intentando tender un “puente” entre pensamiento y realidad, como propone el pensamiento moderno, no sólo no resuelve nada sino que impide encontrar una solución.

        ¿Qué descubrió Polo, qué advirtió para resolver la aporía, para encontrar la puerta de salida hacia la realidad? En breves palabra puede resumirse así: la irrealidad del objeto significa al mismo tiempo el límite del pensamiento, porque ni el pensar es el ser, ni el ser es el pensar. “Por eso se dice que la operación intelectual es un modo de conocer limitado o conmensurado con el objeto”. Conocer A es nada más que conocer A, haberla conocido. O sea, “la posesión de objeto comporta que la operación ha tenido éxito: ya se ha conocido; dicho éxito es justamente el límite”. Es cierto que podemos seguir investigando sobre A, pero para ello hemos de ejercer otra operación porque cada operación se limita por su objeto.

Nuevas vías al pensamiento

        Detectar el límite mental abre nuevas vías al pensamiento, ya que “el carácter de límite de la objetualidad no puede ser detectado intencionalmente… Por consiguiente  es obvio que se ejerce un conocimiento superior al intencional”. La pregunta inmediata es la siguiente: ¿qué conocimiento superior es éste que no consiste en una operación, que no requiere idea u objeto pensado?

        La respuesta se encuentra también en el pensamiento clásico y medieval: los hábitos intelectuales, pero entendidos no según el modelo de los hábitos de la voluntad (virtudes y vicios), sino como actos de conocimientos superiores, que no conocen mediante objetos pensados o ideas sino que alcanzan directamente la realidad.

Clásicamente se distinguían los siguientes hábitos intelectuales: el de sabiduría, el de los primeros principios, la sindéresis y el hábito de la ciencia (que en realidad es múltiple: tantos como ciencias). Con el conocimiento habitual no se objetiva sino que se “advierte” el ser extramental y se “alcanza” el ser personal, y ello porque la realidad es transobjetiva y el ser personal es transoperativo.

        De este modo metafísica y antropología se distinguen a nivel trascendental: tan filosofía primera como la metafísica es la antropología (en el fondo éste había sido el intento del pensamiento moderno, aunque, al plantearlo mal, había fracasado, dando lugar a antropologías que más que elevar al hombre sobre la naturaleza, lo aislaban, lo encerraban en sí mismo y abocaban al relativismo, el escepticismo, el inmoralismo y, en definitiva, el nihilismo).

        En la antropología de Polo la persona humana se “alcanza” como co-existente; no como una substancia que se relaciona con otras, sino como intimidad abierta, al mundo, a las demás personas y  Dios.

        De este modo, los proyectos de la filosofía moderna respecto del hombre, tales como la autorrealización, la autonomía absoluta o la emancipación de toda tutela (autoimpuesta o no), caen por su base, ya que, además de ser de muy corto alcance, no conducen más que a la soledad, que es el mayor mal que puede sucederle a la persona.
       
Polo, pues, se inserta pues en la tradición, en la filosofía perenne. Pero, al mismo tiempo, lo hace gracias a un hallazgo completamente original.

Rafael Corazón González
Doctor en Filosofía

Bibliografía básica sobre el pensamiento de Leonardo Polo.

Esquer Gallardo, Héctor: El límite del pensamiento. La propuesta metódica de Leonardo Polo. Publicaciones de la facultad de filosofía y letras de la universidad de Navarra, colección filosófica nº 161. Pamplona: Eunsa 2000; 233 pp.

Pifarré, Lluis: Entender a Leonardo Polo. Teoría del conocimiento. Barcelona: PPU 2011; 241 pp.

González Ginocchio, David: El acto de conocer. Antecedentes aristotélicos de Leonardo Polo. Cuadernos del Anuario filosófico, serie universitaria, nº 183. Pamplona: Universidad de Navarra, 2005; 128 pp.

García González, Juan A.: Principio sin continuación. Escritos sobre la metafísica de Leonardo Polo. Colección Estudios y ensayos, nº 25. Málaga: Universidad de Málaga, 1998; 228 pp.


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