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Los frutos de la admiración son sabrosos.
Gracias a ella encontramos el camino que lleva a los trascendentales, tanto los trascendentales metafísicos (ver etiqueta 5.2)como los trascendentales personales (ver etiqueta 5.5).
Al admirarse, el filósofo descubre lo que no es mordido por el tiempo, lo estable.
Frente a él aparece, bella, la realidad (su fundamento) y, en el hondón del alma, se descubre, en correspondencia, cómo se desatan las energías humanas (el espíritu: noción a buscar con el buscador del blog).
La realidad es verdad, es buena y es bella (trascendentales metafísicos).
Si es verdad es que hay nous en mi interior (es el trascendental personal entender) (ver etiqueta 5.5.2).
Si es buena es que soy capaz de aceptar y hay alguien que da (es el amar) (5.5.3).
Y si es bella...ay, si es bella filosofar es cantar.
El que no canta es que ha interrumpido la admiración.
Pero si no se queda estúpidamente estupefacto ante la realidad, descubrirá que él es también locutivo, que puede aportar más verdad, más bondad, más belleza.
Es el orden del Amor (pinchar aquí para ver la pregunta sobre el orden del Amor 6.2.2.3).
Glosa a Polo en Introducción a la Filosofía, p.45
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